viernes, 7 de febrero de 2014

Hace casi siete años…

… me enamoré del que ahora es mi marido.

Como es habitual en Alemania, poco después de empezar nuestra relación, mi marido, que entonces era mi novio, me pidió que fuera al ginecólogo para que me recetara la píldora. La verdad es que ahora no sé por qué le hice caso, creo que porque apenas me había informado sobre los efectos secundarios y porque sabía que en Alemania casi todas las mujeres la tomaban, así que seguramente pensé que no había por qué preocuparse. Craso error. Ya os contaré por qué.

Como en Alemania se puede elegir el médico que se quiera, siempre y cuando el médico acepte todo tipo de pacientes (privados y “gesetzlich”, o sea, algo así como estatales), pregunté a mis amigas españolas a qué ginecólogo iban y me recomendaron al suyo, que era una mujer. Llamé por teléfono, concerté una cita y allí que me planté con un “¿me podría recetar la píldora?”. Aunque era la primera vez en su vida que me veía, la Doctora O. me contestó con un “aber klar doch” y me extendió la receta sin rechistar. Lo único que me preguntó fue si fumaba y si tenía antecedentes de trombosis en mi familia. En ningún momento me propuso hacerme análisis de sangre ni me dio una charla sobre planificación familiar. “¡Qué suerte!”, pensé yo en ese momento. ¡Pobre de mí, qué equivocada estaba! Ya os contaré por qué.

Pocos días tuve que esperar hasta que me bajara la siguiente regla y pudiera tomarme la primera pastillita. Supongo que al principio sólo le vería ventajas: siempre sabía el momento exacto en que me bajaría la regla (incluso podía, si quería, que no fue el caso, adelantarla o atrasarla) y podíamos tener todo el sexo del mundo sin miedo a quedarme embarazada sin desearlo. Pero luego todo cambió.

No sé cuándo fue exactamente, sólo sé que un día me di cuenta de que cada vez me apetecía menos acostarme con mi chico (y en general con cualquiera, incluso conmigo misma, ya me entendéis) y volví a la Doctora O. Le dije que tenía problemas con la libido y que me sentía siempre cansada y apática y me recomendó dejar la píldora y pasar al anillo vaginal, el Nuvaring. Si pensáis que con este cambio mejoró algo, estáis más que equivocadas. Bueno, sí, algo sí mejoró, pues ya no tenía que pensar cada día en tomarme la dichosa pastillita, con el Nuvaring sólo tenía que pensar dos veces cada ciclo: el día 1 y el 21, y eso era bastante práctico. Siempre y cuando no… bueno, eso ya os lo contaré en otro momento, que ahora no tiene tanta importancia.

Dos años más tarde,  me lo quité (para siempre, lo juro) con la intención de procrear y con la esperanza de quedarme embarazada a la primera, como cuentan tantas en los típicos foros para mujeres (desesperadas). No fue nuestro caso. Ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera (aunque se diga que va la vencida), de hecho, ni a la vigésima tercera… Sí, llevo ya algo más de año y medio intentándolo, exactamente 23 ciclos de esperanzas, decepciones, angustias, tristezas, frustraciones… y un sinfín de sustantivos negativos que prefiero que se me queden en la punta de la lengua (en este caso, en la punta de los dedos).

Ahora, como os he dicho en mi presentación, estoy de nuevo al principio del camino, con las energías renovadas y llena de esperanza. Contando los días para las nuevas pruebas que me van a hacer. Deseosa de contaros que hay un remedio para nuestra infertilidad y que el tratamiento nos será de gran ayuda. Deseadme, por favor, mucha “mierda”.

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